- ¡Abran esa maldita puerta, hijos del demonio!
Con sus manos temblorosas y escondiendo a sus hijos, aquella madre tan amante de su familia intentaba salvarlos de lo que sería tal vez su fin, ella y sus tres hijos estaban a punto de morir y lo sentían dentro de sí. Cada vez que esos hombres golpeaban la puerta de madera ella sentía como si le clavaran un puñal en el corazón.
Con un poco de valor, abrió la puerta antes de que la tumbaran, sin saber que lo que harían y dirían aquellos hombres le daría a su vida un giro de 180º. Esos minutos fueron los más largos y amargos de su vida. La golpearon y maltrataron verbalmente durante casi una hora. Los hombres se fueron dejándola casi muerta, el motivo fue que la familia tenía que darle a la guerrilla una cuota por la cantidad del producido de la finca y el hombre de la casa, mi abuelo, no la pagó. Antes de irse, los hombres le dijeron a mi abuela: “Tres años para que produzcan”.
En tres años debían entregar su finca, esa en la que habían trabajado durante toda su vida, pero ella se mantuvo con mucha fortaleza para animar a sus hijos quienes se encontraban aturdidos por lo sucedido. Así se demuestra el amor de una madre hacia sus hijos.
Todo esto sucedió mientras el abuelo regaba y preparaba un huerto especial. El de su medicina, la llamada “yerba”, que según él, era la cura para todos los males. Mis abuelos no tomaron la amenaza en serio pensando que todo pasaría con el tiempo.
Sin embargo, debido a ésta situación mi mamá tuvo que conseguir trabajo. La madrina logró conseguirle un trabajo como empleada doméstica interna en Honda. Aquella mujer luchadora emprendió camino con su mochila al hombro y sus zapaticos de charol embarrados. Luego de un extenso viaje, mi mamá llegó al Carmen, el Terminal de Transporte de Honda, cogió un taxi y llegó a su destino.
Al llegar a la casa la patrona le dijo a mi mamá unas palabras que nunca ha podido olvidar:
-Tres comidas al día, salidas sólo los domingos por la tarde y entre semana sólo en caso de emergencia. Su cuarto esta allá.
Mi mamá prestó mucha atención y le fue muy bien.
Semanas después, en una calurosa tarde, mi mamá miró por la ventana y vio un joven simpático frente a ella. Ese joven más adelante sería mi papá. Notó que él la miraba también. Un día la invitó a salir y se dieron cuenta que tenían muchas cosas en común. Durante un tiempo sostuvieron una relación a escondidas. Luego mi papá fue a la finca de mis abuelos a pedir la mano de mi mamá y se la concedieron. Al año y medio de conocerse se casaron y se fueron a vivir juntos en un pequeño apartamento. Mi mamá dejó de trabajar.
De regreso en el campo, tres años después de la amenaza contra mis abuelitos, tal como los victimarios lo habían predicho, mis abuelos fueron sacados de sus tierras por no pagar la cuota. Ellos, mi abuela, mi abuelo, mi tío y mi tía, tuvieron que irse a vivir al apartamento de mis papás.
Durante dos años pasaron todo tipo de dificultades, especialmente económicas, ya que mis abuelos no podían conseguir trabajo. Mi tía al ver esta terrible situación, a sus catorce años, comenzó a buscar trabajo y se convirtió en niñera y empleada del servicio doméstico. Mis padres fueron pacientes, sabían que los únicos responsables de lo sucedido a mis abuelos eran los grupos armados al margen de la ley y también queda claro que mis abuelos acogieron a mi papá como un hijo más. Al poco tiempo, mi mamá quedó embarazada de mí. Tuvo muchos problemas de salud, tantos que yo no tenía esperanza de vivir y ella también corría peligro.
La doctora Marta, ginecóloga, dijo que hasta que mi mamá tuviera siete meses de embarazo no me compraran las cosas necesarias, no podía augurar nada bueno. Mi mamá se sentía muy triste y decepcionada, pero nuestra familia la apoyó en todo momento y le brindó muchos ánimos y esperanzas.
Cuando mi mamá cumplió los siete meses de embarazo se sintió muy feliz ya que juntas habíamos sobrevivido el tiempo que según los doctores era muy poco probable de superar. Un mes después nací. Según mi mamá fui la luz que alumbró el camino de mi familia. Todo comenzó a mejorar, lo único desafortunado fue que al haber nacido prematura, el hueso del coxis no estaba bien desarrollado. Mi familia me cuidó mucho y, gracias Dios y a la Virgen Santísima como dice mi abuelita, no tuve dificultad y me recuperé.
Después de dos meses de recuperación mi abuelo decidió viajar a la finca de sus padres, pero antes de irse, nos hizo a mi mamá y a mí dos lindos obsequios. A mi mamá una porcelana en forma de pato que aún conserva y a mi unas lindas palabras y una bonita contestación de mi madre hacia su padre: “Cuide a la niña mija que ella va a llegar lejos porque sé que es muy inteligente”, a lo que mi mamá dijo “Ella va a ser tal como usted”, porque mi abuelo era veterinario, agrónomo y un gran campesino muy trabajador.
Se fue y hasta el día de hoy nadie lo ha vuelto a ver. Pusimos denuncios, anuncios y cuñas radiales, pero hasta el momento nada ha dado resultado porque al parecer se fue para nunca volver. Mi familia y yo hemos salido adelante. Mi mamá ahora se dedica a nuestro hogar y a hacer costuras. Mi papá, quien me está criando, es guarda de seguridad de una empresa de valores y yo, dejando la presunción a un lado, soy una exitosa estudiante con muchas ganas de progresar y superar mis metas. Por su lado, mi tía tiene tres hijos hombres y tiene una relación hace diez años con un señor muy agradable. Mi abuela se dedica a cuidar de sus nietos a quienes adora y por los cuales daría la vida.
Tomado de:
http://www.bibliotecanacional.gov.co/blogs/centrosmemoria/2011/06/23/una-historia-casi-mia/