sábado, 16 de mayo de 2020

Hilda Ortiz Sanabria paz en su tumba

Hilda Ortiz Sanabria 
Nariño, Cundinamarca 1932. Honda Tolima 2020
(Fotografía Diego Fernando Bohorquez. 10 de marzo de 2019
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Los habitantes de el barrio El Retiro, se consternaron al enterarse que una de sus vecinas, la cual era motivo de múltiples  fotografías de parte de turistas y fotógrafos profesionales, habia fallecido.
Vecinas como Marina Arguello, quien estaba presta siempre a cualquier necesidad que se le presentase a la Sra Hilda, Olga Ducuara, Angela Rondon de Cardozo, la gestora social del municipio, junto con la Policía Nacional , estuvieron atentas para que Hilda, recibiera su sagrada sepultura, mientras su familia llegaba a la ciudad. Tal como sucedió.
La Sra Hila Ortiz Sanabria, era oriunda de Nariño, Cundinamarca, donde había nacido en el mes de marzo en esta ciudad ribereña.
Aqui era reconocida porque durante muchos años expendía petroleo y gasolina a los vecinos del sur oriente de la ciudad.
Y siempre, mas que todo en las horas de la tarde se sentaba, a ver pasar la gente, y alli, propios y turistas, al verla a veces acompañada de garos, o un loro, solicitaban permiso para una fotografía. Lo cual ella siempre acedia con amabilidad.
Hilda, falleció el pasado 13 de mayo, a los 88 años, precisamente el día de la Virgen de Fátima.
Ya no la veremos sentada, viendo pasar a la gente, y onde la gente la veía con cariño y amabilidad.
Paz en su tumba.
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(Agradecemos la gentileza de Diego Fernando Bohorquez, por suministrar la fotografía)
TMG

sábado, 2 de mayo de 2020

Mi papá fue un gran trabajador…por Rafael Alfredo Colón Torres

                                                Señor Don Rafael Colón Bocanegra

Desde pequeño lo recuerdo perfectamente; siempre quiso vivir cerca de su casa paterna, una gran manzana de mi abuelo Alfredo Colón, junto a la orilla de las aguas heladas del río Gualí; lo que ganaba mi padre, no alcanzaba sino para un arriendo en la misma cuadra donde de niño esperaba a mi abuelo, cuando traía en la madrugada canecas llenas de pescado del Magdalena; con profundo amor, mi papá lo esperaba junto con sus hermanos, y en familia preparaban pescado asado, en un horno de barro.

El amor a sus padres, los bellos recuerdos de infancia, lo acercaban a vivir en la misma cuadra; por eso, vivimos con mamá y mis hermanos, arrendados en tres casas del camellón de los carros, una de las primeras calles que surgieron en la hermosa Villa de Honda.

Las casas gozaban de amplios patios donde mi papá sembraba, maíz, ahuyamas, ají, plátanos y naranjos dulces. Teníamos un conejo, gallinas, (nuestra favorita: una saraviada y tuerta); habían ovejas, perros, y patos. Mi mamá tenía lo necesario para alimentarnos y mi padre comenzó a trabajar en el ministerio de obras públicas, empleo que le ayudó a conseguir el Dr. Julio César López, muy querido cuñado de mi padre.

Mi papá iba al trabajo en bicicleta, luego, cuando un carro del ministerio, lo recogía, yo lo esperaba en la esquina; cuando se acercaba la hora de su llegada, con mis hermanos corríamos hasta el carro que lo dejaba a la hora del almuerzo. Mi papá abría sus grandes brazos y nos arropaba a los tres hermanos, llenándonos de besos y caricias; a Luis, el menor, lo subía en sus hombros; a mi hermano Jorge y a mí, a uno en cada brazo; era fuerte, atlético, cruzaba el Magdalena por varios puntos y se zambullía durante las noches, con los pescadores del remolino, a despegar atarrayas, cuando se atascaban en las piedras del fondo del río.  

Mi linda mamá, se unía a nuestra algarabía, y mi papá la besaba con nosotros aún en sus brazos; alegres compartíamos la mesa.

Mi papá nos jugaba; siempre fue muy cariñoso; amoroso; de noche se levantaba y nos arropaba; nos llevaba a elevar cometas, nos llevaba a pescar al río; nos conducía a montar la bicicleta, a pegarle al balón; nos hacía trompos de madera con sus manos en el torno de su trabajo, nos hizo bates de guayacán, y con los balones viejos, nos hizo las manillas de cada base; fabricaba las pelotas con un alma de balín y esparadrapo; quedaban iguales a una pelota de béisbol.

Mi papá tapaba las goteras del techo, arreglaba radios, relojes, hacía joyería por herencia de un tío; arreglaba ventiladores, antenas de televisión, ponía la energía en casas de amigos, hacía detergentes, leía las fórmulas químicas que le había dejado el abuelo; en las noches, yo lo acompañaba a hacer declaraciones de renta, pues debía hacer otros oficios, porque el salario de su trabajo, no le alcanzaba para todos los gastos del hogar. Mi padre hacía puertas y ventanas de hierro, soldaba a rayo de sol para entregar los pedidos, tuvo una tienda con mi mamá que le llamamos “Los tres hermanos”; le fiaba pan y provisiones a los vecinos, que pagaban a final de mes.

La primera casita que compró con ahorros a la Caja Agraria, él mismo la pañetó, con el maestro Jacinto; pusieron los pisos, hicieron las puertas, los baños, y todas las mejoras, pues la casita, mis padres, la recibieron en obra negra; a los pocos meses de vivir en esa linda casita, gestionó para que pavimentaran la calle.

Mi papá trabajaba mucho y ayudaba a sus compañeros; era solidario y buen amigo; le gustaba charlar, tenía un buen lenguaje; solo hizo hasta segundo de primaria; poseía cualidades de líder; fue nombrado presidente del sindicato de trabajadores del ministerio de obras públicas con sede en Honda y jurisdicciones vecinas; ayudó a gestionar tierras donde se construyó un barrio para los obreros del ministerio; subía a Bogotá en Rápido Tolima, Expreso Bolivariano, o Taxi, a la sede de la UTC, para gestionar las cesantías y garantías laborales de sus compañeros; yo lo acompañé varias veces a la sede de este sindicato en la carrera décima en el centro de Bogotá.

Los compañeros sentían sincero cariño por mi padre, formaron un equipo de fútbol; por su corpulencia, mi padre era defensa central; me enseñó a querer al Millonarios de Pedernera y Di Stéfano, de Carrizo y de Maravilla Gamboa; siempre fue diligente y consagrado, soñaba que fuéramos a las universidades; quería que mi hermano Jorgito fuera médico; me animaba a ingresar a la marina; siempre quiso el ejército, pues fue soldado de la patria; sirvió en un batallón con sede en Chita, un  pueblo al norte de Boyacá, fundado por un sacerdote en 1727; se alistó para ir a la guerra de Corea; si eso hubiera ocurrido, quizás no hubiera conocido a mi Santa mamá; alcanzó a ser corneta de la banda de guerra de su batallón y conocía perfectamente las dinámicas de las guerrillas liberales, de la violencia que desataron los partidos políticos; me hablaba de los horrores de Sangre Negra y de Desquite.

En nuestra adolescencia, logró hacer unos ahorros por sus buenas ventas en los trabajos de ornamentación, y nos llevó por primera vez a conocer el mar; en Cartagena puede observar a los guardiamarinas de la escuela naval y mi padre me insistía: “mijo; ojalá se presente en la marina”. Desde entonces me enamoré de la Armada Nacional de Colombia; mi papá tuvo que trasnochar para conseguir los fondos que significaban la matrícula en la Escuela Naval de Oficiales Almirante Padilla.

Hoy, día internacional del trabajo, día de los trabajadores, lo recuerdo con profundo amor y cariño; él fue mi gran amigo, mi ejemplo para el trabajo; me decía que el trabajo había que merecerlo, que nunca faltaría; poseía una fe portentosa: siempre hay que hacer, hay que inventar, hay que diligenciar, hay que gestionar; mijo: el trabajo es bendito.

Mi papá fue un incansable y gran trabajador; amaba lo que hacía; lo que llevaba a nuestra casa, lo ganaba con el sudor de su frente; con su ejemplo, me enseñó a amar a Colombia, me enseñó a respetar, a querer a la gente.

Nunca lo noté cansado, ni sentado en horas de trabajo; en sus oficios silbaba, boleros y bambucos, pasillos y guabinas; noté siempre en él un entusiasmo sin igual en todo lo que emprendía; se levantaba temprano; cuando trasnochaba por hacer otros oficios, no fallaba a su trabajo formal.

Mi padre amó lo que hacía; nos enseñó que las oportunidades de trabajo, siempre existen; al final, ya jubilado con el salario mínimo, comenzó a vender casas, fincas; incursionó en el mercado inmobiliario de Honda; se transformaba; se reinventaba; aprendió a hacer pan aliñado, tan rico como el de la panadería El Néctar de Mariquita; hacía despachos y vivimos de sus ventas; nunca lo vi temeroso porque le faltara el trabajo; siempre confiaba en que conseguirá que hacer, para llevar la carne del día a casa.

En nuestro hogar, tuvimos estrictamente lo necesario, y si nos faltaba un juguete, mi padre lo inventaba; nos hizo carros de balineras, le puso un pito de corneta, y un freno con resorte, de donde pendía una chancleta de llanta de carro. Antes de partir al cielo, mi padre tuvo la gran alegría de saber que mi hermano menor, también se hizo oficial de la marina de Colombia. Siempre otro querido hermano, el que me sigue, ha estado velando muy cerca a papá y mamá. 

Hoy lo recuerdo mucho en este día, y le doy gracias a Dios por haberme regalado un papá tan lindo; un trabajador consagrado; tengo la absoluta certeza, que desde el cielo, anima a nuestras familias, y que hoy descansa tranquilo en los brazos de Dios.
Feliz día del trabajo….

Escrito en Chía, el día viernes 1 de mayo, del año 2020, siendo las 14:52 horas, en un día con llovizna pertinaz y feliz.




Tomado de: